Un cuento de: Ulises Gutiérrez Llantoy
Esta tiene que ser mi noche, decía el Uli para sus adentros, observando y observando a Emilia Ausejo García a pesar del apagón. El apagón que ahí, en aquella noche de julio del noventidos de la que les hablo; como era usual en esos años de sabotajes terroristas, como era natural en esos tiempos de deficiencias eléctricas; había cubierto de penumbras las casas y las calles de medio Lima, incluida media Universidad Nacional de Ingeniería, incluida el aula D-151 de la Facultad de Ingeniería Ambiental en el que el Uli; impaciente y desvelado, expectante y apurado; rogaba y rogaba en sus adentros que acabara de una buena vez la clase de Mecánica de Suelos I; ya párela, profe; para acompañar a su Emilia ojitos de layán hasta el paradero de buses, para abandonar la FIA y dejar la UNI caminando a su ladito; casi codo a codo, bromee que te bromee; por los caminos del Pabellón Central, las aceras de la avenida Túpac Amaru, y ahí, en la esquina con Habich, en el aglomerado paradero de buses que enrumbamban hacia Lima Norte; ¡todo Túpac!, ¡Independencia!, ¡Comas! ¡Comas!; declararle su amor, por segunda vez, a su Emilia ruyru ñawicha, como le había aconsejado su pata y paisano, el loco Cerrón; “mándate, gil, mándate nomás de nuevo que yo he hablado con ella, como te dije: dice que ahora sí te va a atracar porque se ha dado cuenta que eres un buen pata, gil, porque hiciste méritos y ahora sí te va a aceptar”. Esta tiene que ser mi noche, se repetía observando la silueta de su Emilia cuellito de yutu en medio del apagón, como les decía; imaginando que ya estaba ahí, en la esquina de Habich y Tupac Amaru, en medio del hervidero de estudiantes y la penumbra de la ciudad, besando y besando a su Emilia labios de ciraka, por fin acariciando sus cabellos, por fin tomando sus manos, su talle, subiendo con ella a uno de los buses de la 73-A; ¡Independencia!, ¡Covida! ¡Covida!; para acompañarla hasta la puerta de su casa como demandaba la oscuridad de la noche; Emilia labios de ciraka que ahí, en el centro de la opacidad que reinaba en el D-151, a un lado de la ventana alargada y recia del D-151; absorta y vigilante, ajena a la impaciencia del Uli, ajena a los adjetivos en quechua y las lucubraciones del Uli, atendía la clase de “Consolidación de suelos” que el ingeniero Huanca explicaba y explicaba en sombras, indiferente a la media luz, como si sus alumnos tuvieran la visión de los gatos, como si todos ahí tuvieran un visor nocturno; el ingeniero Huanca que a falta de una pizarra iluminada, a falta de un ecran luminoso, una diapositiva, pedía a sus alumnos que para entender mejor el criterio de plasticidad de los suelos que postulaba Coulomb, imaginaran un edificio de departamentos en construcción y que luego imaginaran un papel milimétrico; un plano cartesiano X, Y, muchachos, para entender la relación directa que existe entre la presión de carga que soporta el suelo bajo el edificio y el asentamiento de ese suelo a causa del peso de la construcción; un plano X, Y, muchachos, con el eje vertical para graficar la presión σ que el edificio aplica al suelo con su peso, y el eje horizontal para la deformación unitaria que afronta ese suelo cada vez que el edificio aumenta de altura, ¿me siguen, muchachos? Esta tiene que ser mi noche, se seguía diciendo el Uli, inventándose el edificio, el papel milimétrico, los ejes cartesianos, al lado de su Emilia cinturita de sisi, siguiendo las indicaciones del ingeniero Huanca para ver si así terminaba la clase de una buena vez; imaginando cómo la curva de la presión σ aumentaba en el eje vertical con el peso del edificio, con los nuevos pisos del edificio, mientras el Δԧ del suelo, se aplanaba y aplanaba por el peso; primero, proporcionalmente a la presión, muchachos; luego, asintóticamente, hasta que la curva se hacía plana, plana y entonces el Δԧ llegaba a su compactación máxima y ya no se asentaba más. Esta tiene que ser mi noche, se seguía repitiendo incluso cuando la luz del alumbrado público del estacionamiento que le regalaba la luz de una vela al D-151 también se apagó y Emilia Ausejo García dejó de ser una silueta y pasó a ser solo una voz; la voz afable y atenta, calmada y serena que por fin se animó a dejar en claro que ahora sí ya fuimos ya, ingeniero, ahora sí que no vemos nada; y entonces el ingeniero Huanca no tuvo más remedio que poner punto final a los ejes cartesianos y el papel milimétrico, dar por terminada la clase, muchachos, estudien que nos vemos el próximo martes y ojalá haya luz. Esta es mi noche, se dijo el Uli, después, saltando en un pie para sus adentros, ya casi con total con convicción, ya casi con total certeza de que aquella sí sería su noche, cuando Emilia Ausejo García, ahí mismito, apenas terminada la clase, sonriente y de buena gana; gracias, Uli; concedió que el Uli le acompañara al paradero, pucha qué oscuro que está todo. Sí, esta va a ser mi noche, se prometió, cuando el loco Cerrón; cómplice y fraterno, solidario y secuaz, camuflado entre las sombras; le levantó el pulgar de la victoria; buena, Uli, suerte, Uli, y el Uli empezó a caminar al lado de su Emilia sonrisita de choqllo en dirección al paradero; sí, esta tiene que ser mi noche, se repetía transitando la bruma del apagón, la turbiedad de la ciudad universitaria al lado de su Emilia perfumito de manzanilla que; jajajá, jejejé; celebraba la surrealidad de la mecánica de suelos; jajajá, jejejé; bromeaba con el Uli respecto de la imaginación nocturna y cartesina del ingeniero Huanca; esta tiene que ser mi noche, diosito lindo, se decía creyendo que aquella chispa de Emilia, ese buen humor de Emilia, no podía ser otra cosa que la muestra inequívoca, la señal evidente que también ella estaba feliz, que también ella esperaba el final feliz de aquella noche feliz; esta tiene que ser mi noche, se repetía y repetía, como si a punta de insistencia, a punta de repeticiones, el destino y los dioses; por favor, diosito lindo; le regalarían el sí de la Emilia de sus amores, el vente para acá, Uli de su Emilia asiq simicha; esta tiene que ser mi noche, por favor, diosito lindo, rogó incluso en el último segundo, en el último momento antes del momento de la verdad verdadera, en que, de arranque, conforme lo había planeado, conforme mandaba el algoritmo que había elaborado para su segunda declaración de amor, antes de llegar a la esquina de Habich, antes de que apareciera uno de los buses de la 73-A, tragándose su miedo de un salivazo, soltó la oración que tanto había temido soltar. Ya hablé con Antonio, dijo por fin el Uli, cruzando los dedos de ambas manos, comiéndose las uñas mentalmente, en medio del alud del gentío que fluía en dirección al paradero, en medio del bullicio de los buses que; ¡todo Túpac!, ¡Independencia!, ¡Comas!, ¡Comas!; se agarraban y se agarraban a bocinazos a la pesca de pasajeros. ¿Con Antonio? ¿De qué?, respondió Emilia arrugando el entrecejo, arrugando la barbilla como los arrugaba cada vez que no entendía algo, cada vez que se extrañaba de algo. Lo sé todo, replicó el Uli ante aquella respuesta inesperada, todavía con seguridad, todavía con esperanza, todavía en control, según él, de su algoritmo y las alternativas de respuesta. Que sabes qué, retrucó ella enseguida, arrugando aún más el entrecejo, aún más, la barbilla, rascándose ahora una falza picasón en el cuello. Antonio me dijo que habías hablado con él, que lo has pesando mejor y que me darás la oportunidad de estar contigo y ser enamorados, explicó el Uli; ya como un kamikaze, ya apostándolo todo en vista de que su Emiliacha paru chukchayuq parecía en verdad no entender qué acontecía ahí, qué era todo eso de las fábulas de Antonio. Yo no hablé nada con Antonio, respondió ella enseguida, con aplomo, con seguridad, ya sin las arrugas en el entrecejo y la barbilla, ya sin la picazón en el cuello, mientras el pobre Uli; sude que te sude; ahora si que me jodí, diosito lindo; miraba a su alrededor, torcía la vista, a ver si por ahí estaban el loco Antonio Cerrón y sus amigos riendo con la escena, disfrutando con la escena y la broma; loco, pendejo, ahora sí que te jodiste; mirando y mirando a su alrededor, cuidando y cuidando su entorno, a ver si aparecía alguien que lo rescatara de ese momento; a ver si aparecía uno de los buses de la 73-A que; ¡Independencia!, ¡Covida! ¡Covida!; se llevara a Emilia Ausejo García de su mala suerte. Ya hemos hablado de eso, Uli, agregó luego Emilia; ya hemos hablado de eso, le repitió con voz calmada y serena, acercándose al Uli, casí tomando el hombro del Uli, para explicarle; con los buenos modales que había utilizado antes, con la misma afabilidad y tranquilidad con que había explicado su negativa la primera vez; cómo debían ser los amantes, cómo debía ser el amor y qué ocurría cuando el amor de esos amantes, el amor de parajea, no era compensado en ambos sentidos e intensidad, ¿me entiendes, Uli? ¿Tengo o no tengo razón? Sí, entiendo, respondió el Uli; triste y doblegado, dósil y hallanado, estóico y resignado; sí, entiendo, se repitió recordando la parábola, el símbolo, la metáfora, las palabras exactas que Emilia Ausejo García de su resignación había utilizado para explicarle las consecuencias de un amor forzado, artifisioso, no correspondido; sí, entiendo se volvió a decir al observar a Emilia Ausejo García de su rendición abordando el 73-A, al observar su mano haciéndole un hasta mañana, haciéndole un adios; al divisar su cuerpo haciéndose de nuevo una silueta, un fantasma, perdiéndose entre la bruma cuando el bus dejó de pescar pasajeros y por fin partió con ella. Sí, entiendo, se dijo incluso cuando ahí mismito caminó hasta la casa de su pata el loco Cerrón, a unas cuadras de Habich y Túpac Amaru, no para recriminarle la mentira cruel, no para partirle la crisma por la mala broma; sino para tomarse una cerveza con él, para reírse con él, para levantarse el ánimo con él como se levantan el ánimo los amigos. Es como el postulado de Coulomb pe, loco, le dijo el Uli repitiendo las palabras de Emilia Ausejo García, a la luz de una cerveza, a la luz de aquel apagón; es como el postulado de Coulomb, pues Uli: también el amor se vuelve asintótico y llega un punto en que no importa cuánto hayamos construido, cuánto presionemos y presionemos con nuestro edificio, el suelo ya no se asienta más.