Dos películas peruanas habladas en lenguas originarias, dos óperas primas, dos historias que ocurren en los andes peruanos, dos cintas que se pueden ver en una plataforma streaming, dos películas imprescindibles: “Retablo” y “Wiñaypacha”.
Por: Jorge Jaime Valdez
Retablo junto a Wiñaypacha son dos óperas primas que abordan el mundo andino con una solvencia incuestionable, las dos están habladas en sus lenguas originarias, en quechua la primera y en aymara la segunda, lo cual es atípico en el cine peruano. Ambas nos daban una mirada esperanzadora sobre el futuro del cine nacional.
El arranque de Retablo (2017) es notable, vemos la pantalla en negro con la voz de Segundo describiendo en quechua a una familia que luego será inmortalizada en un retablo por su padre y por él, porque este arte ayacuchano es un ejercicio de memoria y la historia se abre como abriríamos un retablo. La vida misma es capturada en esta caja colorida, la vida es un retablo.
Retablo además aborda un tema que no ha sido tratado, hasta donde sé, en el cine peruano. La sexualidad en los andes y específicamente la homosexualidad en el mundo andino. La ópera prima de Álvaro Delgado-Aparicio nos cuenta una historia muy sentida sobre la amistad, el amor filial, el aprendizaje para la vida, el machismo más brutal y sobre la intolerancia y la mirada miope hacia la diversidad sexual sin caer en maniqueísmos, ni en esa mirada exótica de los andes tan propia desde la concepción centralista de los artistas limeños.
La película nos cuenta la historia de Segundo Paucar, un adolescente que vive con sus padres en algún pueblo cercano a Huamanga, el papá es retablista y está entrenado a su hijo para que le siga los pasos, su madre Magaly Solier los ayuda en este proceso. Noé es respetado como maestro y artista retablista, todo fluye con normalidad hasta que la homosexualidad del artista se hace evidente. El mundo de Segundo se desmorona y la familia sufrirá las consecuencias en una sociedad machista, homofóbica, intolerante, falocéntrica y patriarcal.
Lo primero que llama la atención es que la película esta íntegramente hablada en quechua, los personajes protagónicos se desenvuelven con naturalidad y crean un vínculo de padre e hijo muy verosímil a pesar de que el protagonista no es un actor profesional, salió de un casting en donde participaron más de 500 jóvenes. El personaje interpretado por Junior Bejar Roca es notable porque sobre sus hombres cae gran parte de la tensión dramática del filme. El papá (Amiel Cayo) que carga con el peso de su sexualidad reprimida, de llevar una doble vida, convence también por su naturalidad, todo esto da cuenta de una buena dirección de actores.
La violencia física y verbal contra las mujeres y los homosexuales están retratados con crudeza, los ritos para mostrar la virilidad están plasmados en las peleas cuerpo a cuerpo, en el fútbol, en la agresión verbal. En una parte de la película dicen “en el tiempo de los terroristas ya lo hubieran matado…” refiriéndose a la opción sexual del personaje principal. Esa falsa afirmación de la virilidad y masculinidad impuesta por una sociedad intolerante y cruel están presentes en la escena donde se castiga en público al abigeo como se castigará después la “conducta inmoral” de un personaje, antes, respetado por todo el pueblo.
La notable fotografía de Mario Bassino, uno de los mejores directores de fotografía del cine peruano, con esos claroscuros que muestran la dualidad de lo que se narra, de lo que se puede ver y de lo que esconde porque constituye un tabú para la comunidad; y la música no invasiva compuesta por el inglés Harry Escott son puntos a favor. El sountrack sutil y melodioso nos recuerda a las tonadas compuestas por Clint Eastwood, también la historia se acerca mucho a la obra maestra del nonagenario cineasta norteamericano, Un Mundo Perfecto.
Otro acierto es el guion, escrito alimón entre el director de la película y Héctor Gálvez. Se nota la mano del director de filmes tan personales y logrados como Paraíso y NN, es evidente el conocimiento que tiene Gálvez sobre el mundo andino, sobre la migración, sobre la violencia política. Hay cercanías entre el personaje (que es el amigo de Segundo) y los personajes de Paraíso, la escena de la cueva donde se emborrachan parece un guiño a la emblemática escena de la cinta mencionada.

Wiñaypacha (2017) es el primer largometraje de Oscar Catacora. Cineasta puneño que, lamentablemente, falleció en noviembre de 2021, a sus cortos 34 años, a pesar de su juventud nos regaló esta formidable película. Hay que ser muy arriesgado para hacer una cinta con dos actores (no actores), que en realidad están lo más lejanos al mundo del cine, es más, ninguno de ellos había visto una película en un cine en su vida. Rosa Nina y Vicente Catacora, abuelo del cineasta en la vida real, interpretan a una pareja de ancianos que vive en las alturas de Puno esperando el retorno de su hijo que se fue a la gran ciudad y los anima la esperanza del retorno mientras viven una vida sencilla, criando a sus animales y sobreviviendo con lo que tienen, con lo que pueden. Hablada íntegramente en aymara, grabada en una sola locación, con recursos cinematográficos muy sobrios, sin movimientos de cámara, sin música que acentúe las emociones, con una puesta en escena muy teatral, es cine contemplativo donde la inmensidad de las montañas, los paisajes bellamente filmados en planos abiertos se convierten en protagonistas juntos a estos dos viejos que ven la proximidad de la muerte, pero se mantienen en pie con la esperanza de volver a ver al hijo antes de su viaje al más allá.
Wiñaypacha es probablemente lo mejor que ha dado, a la fecha, ese llamado “cine regional”. No es una película fácil, es contemplativa, pausada, donde no hay acción y aparentemente no pasa nada, con una cámara estática, casi documental nos adentramos en la vida cotidiana de los dos protagonistas, abrazados y protegidos por esos apus que son sus dioses tutelares, que son parte indivisible de su cosmovisión andina. Mientras la reveía recordé Amour (Francia, 2012) la extraordinaria película de Michael Haneke, mientras me conmovía con estos dos ancianos luchando contra la adversidad en los andes peruanos, no en un cómodo departamento parisino como ocurre en la cinta europea sino a cinco mil metros de altura. Al margen de la cultura y de las posiciones socioeconómicas vemos que la vejez nos llega a todos y nos convierte, muchas veces, en una “carga” para los familiares próximos, la cercanía de la muerte, el deterior físico y mental, la disminución de nuestras capacidades, no distingue de privilegios, son inherentes a la naturaleza humana.
Para los que tenemos adultos mayores en casa resulta una cinta muy dura, muy triste, pero emocionante y madura. Wiñaypacha es una rareza en la cartelera comercial de Netflix, llena de blockbuster y filmes efectistas, sin embargo, nos permite ver una de la cintas más originales y potentes que ha dado el cine peruano en décadas. Oscar Catacora era una promesa del cine regional, por su mirada única de la condición humana, por su valentía para navegar contra corriente y como todo lo bueno de la vida, duró poco, muy poco.
