Escribe: Marilia Baquerizo
En una carta escrita en 1939, Nikola Tesla cuenta una experiencia extraña e inolvidable que ocurrió cuando tenía tres años, “un día en que las personas que caminaban en la nieve dejaban un rastro luminoso detrás de ellas”. Ese día, casi al anochecer, el pequeño Tesla acarició la espalda de Macak, su gato, y se produjo una lluvia de chispas que se escuchó por todo el lugar. Su padre, un sacerdote ortodoxo, le dijo: “esto no es más que electricidad, lo mismo que se ve en los árboles en una tormenta”; y el pequeño Tesla, todavía asombrado, planteó dos preguntas: “¿es la naturaleza un gato gigantesco?, si es así, ¿quién le acaricia la espalda?”. Después de esta experiencia, durante el resto de su vida, Tesla caminó en el campo de la electricidad, un campo estrecho para él, pues su interés profundo en la electricidad hizo que no se enfocara en nada más.
Según estudios realizados por el equipo del psicólogo Simon Baron-Cohen, los rasgos autistas, dentro de los cuales está el interés profundo por algo, son más comunes en las personas que trabajan en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática. En estas disciplinas el objeto de estudio es un sistema, un campo estrecho en el que se buscan patrones. Imaginemos que los fenómenos del mundo están dispuestos en un campo de 100 metros cuadrados, si una persona quiere realmente comprender un fenómeno deberá enfocarse en la pequeña porción que le corresponde, en un campo estrecho. Es necesario vivir en campos estrechos para que se den grandes descubrimientos, gracias a Tesla, hoy la electricidad es como el aire, y existe el control remoto, la radio, etc. Es probable que todas las personas que han aportado a la humanidad en las disciplinas antes mencionadas, y además, en el arte, hayan vivido en campos estrechos.
¿Cómo es vivir en campos estrechos? Enfocarse en una pequeña porción del vasto mundo permite alcanzar certezas, mientras más limitado sea el campo, mayor control puede haber sobre sus elementos. La matemática, por ejemplo, es un sistema cerrado en el que los problemas tienen soluciones, soluciones específicas que al ser encontradas producen una alegría sin igual. En ese buscar y encontrar, en el grito de “¡eureka!” del científico, está el placer. Sin embargo, junto a ese placer está un riesgo, el de tener obsesiones y compulsiones, delirios o alucinaciones. Tesla evitó el contacto con las mujeres, tenía hábitos de higiene excesivos y estaba obsesionado con las palomas, llenaba su cuarto de hotel de palomas. El matemático Kurt Gödel temía ser envenenado, por ello hacía que su mujer pruebe antes todo lo que iba a comer; cuando su mujer enfermó y fue hospitalizada, Gödel murió de inanición.
Otro caso que vale la pena citar es el del artista holandés Maurits Cornelis Escher, él estudió de manera autodidacta muchas leyes matemáticas y las usó para representar en su obra mundos imposibles y transformaciones graduales. Una de sus obras más bellas (Metamorfósis II) es aquella donde se muestran las letras de “metamorphose” que se convierten en casillas de un tablero de ajedrez, y luego en reptiles, hexágonos, un panal de abejas, larvas de abejas que crecen, pájaros, peces, cubos y finalmente, una ciudad tridimensional con piezas de ajedrez, y un tablero nuevamente con las letras de “metamorphose”. La descripción textual de estas transformaciones no es nada en comparación con la recreación digital que puede observarse al poner en Google “3Quarks Metamorphosis”. Escher tenía un interés profundo por la geometría y la simetría, no tenía delirios ni alucinaciones, pero sí tenía una tendencia irrefrenable hacia la depresión.
A propósito de ciudades tridimensionales con piezas de ajedrez, quizás uno de los campos más estrechos sea el mágico juego de 32 piezas y 64 escaques. Al momento de jugar, el tablero crea una dimensión alterna donde solo existen los jugadores y las piezas, y todo el tiempo los jugadores tratan de anticipar las jugadas del otro, esa es la clave para alcanzar el clímax del jaque mate. Este pensar en lo que está pensando el otro origina un bucle que termina generando delirios de persecución. Ese es el gran riesgo de los ajedrecistas. Los maestros Paul Morphy, Wilhelm Steinitz, Akiba Rubinstein, Carlos Torre, Robert Fischer y, seguramente muchos otros ajedrecistas más, convivieron con fantasmas persecutorios. Robert Fischer, más conocido como “Bobby” Fischer, fue campeón del mundo de 1972 a 1975, y murió en 2008, asilado en Islandia. Fischer era misógino y fundamentalista, pensaba que el FBI lo perseguía y que los dentistas insertaban microchips; cuando enfermó de los riñones se negó a realizarse análisis de sangre y radiografías, no quiso tomar medicamentos, y murió.
El Doctor B. es otro ajedrecista que llegó a tener una forma patológica de sobreexcitación mental. Víctima del nazismo permaneció en un aislamiento completo, pero encontró un manual de ajedrez que le salvó la vida. Al inicio, repetía las partidas del manual en su mente; luego empezó a imaginar nuevas partidas, y tuvo que desdoblar su cerebro (cerebro blanco vs. cerebro negro). Esta práctica lo llevó a tener una “intoxicación ajedrecística”. La alegría por jugar se transformó en pasión, en necesidad, en manía, en frenesí, y “no solo en vigilia sino también en sueño, no podía pensar ya sino en términos de ajedrez”. El Doctor B. es un personaje de “Novela de ajedrez” del escritor austriaco Stefan Zweig. Y en esta novela, Zweig señala acertadamente que “cuanto más se limita un individuo, tanto más cerca se halla, por otra parte, del infinito”. La conexión con el infinito, cuando se vive en campos estrechos, es evidente en Srinivasa Ramanujan, el matemático que vio en sueños el número pi, el número inacabable: 3,1415926535… Ramanujan nació al sur de la India, no tuvo formación universitaria, pero por su genio fue invitado a ser parte del mundo académico de la entonces Gran Bretaña. Su gran obsesión era el número pi, desarrolló cientos de formas distintas de calcular valores aproximados a pi, y gracias a su trabajo las computadoras actualmente han calculado sus 10 primeros billones de decimales. Ramanujan decía que Namagiri, la diosa protectora de su familia, era quien le mostraba en sueños las fórmulas y teoremas. Por las referencias biográficas se sabe que Ramanujan vivió excluido en Gran Bretaña, en un entorno lleno de prejuicios; a causa de esto y por su trabajo obsesivo, enfermó de tuberculosis y volvió a la India para morir a los 32 años. Probablemente al morir, Ramanujan se encontró con su diosa Namagiri y se hizo uno con el infinito, como cada figura con el todo en un mosaico de Escher.
