Por Daniel Mitma
Una bomba explota cerca de la casa de un niño. No es un día cualquiera. Es un 11 de septiembre de 1973 y están derrocando al presidente de Chile con un golpe de estado. La bomba lanzada por un avión militar rompe los vidrios de la casa y lo deja en el piso con el sonido reverberando. Ese momento lo marcará para siempre. Muchos años después, ya convertido en un cronista, escribirá un libro tratando de recuperar ese instante. Juan Pablo Meneses (Chile, 1969) había destacado como cronista con textos como Equipaje de Mano; La vida de una vaca; Hotel España, Niños Futbolistas, por su ritmo narrativo, su mirada, sus viajes por el mundo y cómo los contaba. Luego de su último proyecto Un dios portátil decidió hacer una pausa a su yo cronista y darle forma a aquel recuerdo con sabor a pólvora y explosión. De allí nació Una historia perdida, su primera novela, finalista del Premio Herralde, sobre la que conversamos.
El protagonista de Una historia perdida está obsesionado con escribir una crónica, la del Hawker Hunter que bombardeó el hospital de la fuerza aérea chilena en pleno golpe de Pinochet. ¿Tú te obsesionaste con escribir esta novela? ¿Cómo la decidiste y cuánto tiempo te tomó?
No sé cuándo fue el día que me decidí a escribir esa historia, pero sí tengo claro que la tuve pegada en la cabeza toda mi vida. Eso del bombardeo me pasó a mí, es el primer recuerdo que tengo, y siempre supe que lo quería contar. Sabía que terminaría en un libro. Lo que no sabía, y lo descubrí escribiendo esta novela, es que gran parte de mi interés por contar historias y por relatar hechos reales, se deben en buena medida a que fui un niño bombardeado. Cada día me convenzo más de que si el Hawker Hunter no hubiera disparado esos mísiles sobre mi casa, cuando yo era un niño tan chico, nunca hubiera sido escritor.
Hay una frase que en el Perú la atribuimos al escritor Alfredo Bryce Echenique: “La patria son los amigos”. En tu novela, Pablo nunca se siente bien en Chile, prefiere estar en cualquier lugar, en hoteles, sobre todo. ¿La patria de Pablo es la escritura?
Pablo quiere escapar de Chile, no encaja, lo violenta, y ahí aparece la escritura. Pero no como una patria, un refugio, una identidad, sino como algo mucho más simple: la escritura como la excusa perfecta para viajar y que te paguen y vivir en hoteles y dormir en aeropuertos, y terminar radicado en ese limbo de husos horarios y salas de embarque. Mucho más que la escritura, el protagonista de la novela siente que su lugar en el mundo son esos no lugares, con gente de paso y donde nunca se ve una misma cara dos veces. Pero claro, uno nunca puede escapar de su país, o de sus amigos, en el caso de Bryce. Uno puede creer que lo hizo, que se fue, que por fin está lejos. Pero, tarde o temprano, entenderá que el lugar donde hemos nacido es nuestra condena de por vida.
En el libro aparece Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez (por no mencionar la lista de cronistas en esa fiesta mexicana, donde, creo, sale Julio Villanueva Chang bailando salsa) como referentes para una generación. ¿Fueron también tus referentes? ¿Qué crees que aprendiste de ellos?
En la novela se muestra la trastienda de llamado “Boom de la Crónica Latinoamericana”, que ocurrió entre los años 2002 y 2012, en la época de las grandes revistas y festivales, con nombres como Leila Guerriero, Juan Villoro, Caparrós, Riera, y el propio Julio Villanueva Chang, el mejor bailarín de salsa de esa generación. La fiesta de cronistas que aparece en la novela la organizó Gatopardo, y ocurrió en el hotel Condesa DF. Y fue, además, la celebración del fin del boom de la crónica latinoamericana. Toda esa generación, supongo que tiene sus propios referentes. Pero me intereso particularmente la figura de Tomás Eloy Martínez, porque él participó siendo el más joven del boom de la novela latinoamericana, y participó siendo el más viejo del boom de la crónica latinoamericana. Y en gran parte de la novela, se detiene en su figura, y en su influencia.

No es una novela narrada en primera persona —tampoco tú eres un cronista que le guste resaltar la primera persona, entiendo— pero es un narrador cuyo campo de conciencia está enfocado en Pablo, a lo Henry James. ¿Te sientes más cómodo en ese registro exterior? O sea, como un narrador externo que se mete en la mente del personaje.
Mi primera novela llega después de 10 libros de no ficción, todos escritos en una primera persona absoluta. Y tres de ellos, los que componen la trilogía Periodismo Cash, escritos en una primera persona protagonista: en “La vida de una vaca” me compro una ternera argentina recién nacida, en “Niños futbolistas” viajo por América Latina buscando comprar al nuevo Messi, y en “Un dios portátil” compro una deidad en la india y le construyo un culto digital en Silicon Valley. Mi último libro fue el del dios, y ahí decidí dejar un rato la ficción. Fue mucha primera persona y mucha no ficción ¿Qué podía hacer después de un libro cómo ese, donde termino lanzando una religión global en una tarima en Times Square, en Nueva York? Ese libro no se terminaba nunca, siempre pasaban cosas nuevas. Lo presenté en muchos países, antes de que estuviera publicado. Di charlas sobre mi religión en Argentina, España, Francia. Y el libro no se terminaba. Cuando se publicó “Un dios portátil” fue un alivio total, y el fin de una era. Lo sentí tan claro en ese momento. No esperaba que el libro ganara el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 2021, el premio literario más antiguo de Chile, ni menos que se fuera a editar en París, llegando a lectores de otro idioma. Y entonces ahí, comienzo a explorar seriamente la ficción, la novela, como el siguiente paso. Lo primero que tuve claro, es que por un tiempo no volvería a la primera persona. Y desde las primeras páginas escribiendo ficción y en tercera persona, sentí que volaba, que todo lo anterior había sido una preparación para esto.
¿Cuál es el estado de salud de la crónica latinoamericana?
Antes del boom de la crónica había muy poco y ahora, después del boom, siento que la crónica quedó instalada. Los autores y autoras de ahora ya no son leídos en papel en toda América Latina, y no tienen la visibilidad de hace diez o quince años, pero claramente la crónica latinoamericana existe, se estudia, se vende. Siento que la generación actual ha encontrado su espacio en la violencia, las pandillas, la sangre, la guerra medioambiental y la narco. Siempre ahí se corre el riesgo de caer en la rutina del cronista miseria, ese que divide el mundo entre buenos y malos, y donde cada frase parece parte de una agenda. Pero, en algún momento, todos nos aburrimos de repetirnos. Supongo que en la generación que sigue, o en dos más, podremos ver recién qué quedó. Si es que quedó algo.
Hay dos crónicas particulares que escribe Pablo en la novela que me resultan sugestivas: buscar a quiénes inflan los globos de los conciertos en New York y los alemanes que huelen axilas. Junto con ello hay una categorización espectacular de cronistas: cronistas miseria, cronistas tecnócratas, los traductores, los invisibles, los activistas. ¿A cuáles odias más?
Con “Una historia perdida” ha pasado algo interesante. En mis libros de crónicas yo era el autor, el narrador y el protagonista. Ahora, en esta novela, el autor es diferente del narrador y diferente del protagonista. Son tres entidades independientes entre sí. Yo, en lo personal, no odio a nadie. Pero entiendo, por lo que se lee en la novela, que a Pablo los cronistas miserias les parecen más bien simples, facilistas, y que las cronistas tecnócratas les parecen ultra frías, sin sangre en las venas. Y también creo que siente cierta simpatía por el cronista invisible: ese personaje que es parte del mundo de la crónica latinoamericana, sin haber escrito nunca una crónica.

¿Qué desafíos te presenta una novela a diferencia de la crónica?
Lo último que quería era escribir una novela latinoamericana y, muy a mi pesar, me terminó saliendo una novela súper latinoamericana. Tampoco quería que tuviera reporteo, y Una historia perdida resultó gracias a tener mucho reporteo. Pasé del periodismo literario, a la literatura periodística. En mi caso los desafíos son casi los mismos, porque reduje las diferencias a lo mínimo.
¿Seguirás en ese camino de novelista? ¿Es imposible dejar el periodismo?
Estoy avanzo un proyecto que me tiene entusiasmados, algunos días, y derrotado otros tantos. Llevo más de cien páginas, y todavía no sé si es novela, crónica, ficción o no ficción. A veces pienso que es un nuevo intento de escapar de mi propia escritura. Pero luego recuerdo que eso no se puede. De los países y de la literatura nunca se puede escapar.