Una disección al poeta más triste
Por: Daniel Mitma
Daniel Titinger (Lima, 1977) es un cronista fecundo y obseso. Fecundo por su producción periodística y obseso con los datos diseminados en sus historias. En 2006 publicó su primer libro de crónicas Dios es peruano, una mirada personal de cómo el peruano expresa y celebra su peruanidad. A ese éxito le siguieron Cholos contra el mundo (2012), donde incluye un maravilloso perfil del poeta Martín Adán, y Un hombre flaco (Ediciones UDP, 2015), este último un desenfadado y agudo perfil de Julio Ramón Ribeyro. El registro de Titinger es el de un observador que se extraña del mundo, se pregunta y se burla, aunque prefiere no juzgar, sino entender a las personas. El año pasado publicó El hombre más triste (UDP, 2021), uno de los perfiles más humanos y reveladores del poeta César Vallejo. El libro de doscientas cincuenta y siete páginas que se leen de un tirón va en busca del Vallejo más humano y menos poeta. El que no posa para estar triste, sino que ríe con los amigos. Del hombre extraño y pobre que murió lejos, muy lejos, de la fama universal que hoy lo celebra. Esta es una conversa sobre la escritura por dentro y sobre detalles tan raros y desconocidos del vate que halló durante su reporteo.
Luego de tamaña investigación, ¿tienes un poema o libro preferido de Vallejo?
Yo me he vuelto lector de poesía a raíz de que comencé esta inmersión sobre Vallejo. Nunca fui un lector ávido de poesía. Leía muy poca poesía. Y con Vallejo comencé a leer no solamente la poesía de Vallejo sino la poesía que leía Vallejo y comencé a querer la poesía; sin embargo, no me considero hoy un auténtico lector de poesía. Lo que yo prefiero de Vallejo son sus crónicas, me parece que es un cronista poco conocido, poco leído. Sí, hay antologías de crónicas de Vallejo con diferentes editoriales —a mí me gusta la edición de la universidad Católica (PUCP) que son dos tomos—; pero debe haber mucho más de Vallejo que todavía no se ha descubierto, crónicas que quizá publicó en Rusia. Me gustaría dividir en dos las crónicas de Vallejo: las crónicas previas al año 1928 y las posteriores. Lo que pasa es que, ya desde París, escribía crónicas sobre la vida cotidiana en París, sobre lo que lo deslumbraba de París, sobre las mujeres, las obras de teatro, el cine, la música y todo tenía un registro desde la curiosidad, desde la inocencia, desde el humor. Pero en el año veintiocho cambia, comienza a leer a Marx, hay una empatía total con la Unión Soviética, comienza a hablar de comunismo y, desde mi punto de vista, se vuelve sumamente aburrido en sus crónicas, pero las crónicas de Vallejo previas al año veintiocho son fascinantes. Y es como un horror haber descubierto al Vallejo cronista pasando los cuarenta años. Seguro había leído algo de Vallejo, pero no lo tenía en el radar como un cronista que debía de leer. Yo creo que es un cronista que debemos leer. Es una maravilla. Tiene una sensibilidad que, por supuesto también la tenía en su poesía, pero si quitamos su poesía, Vallejo era un gran cronista.
Hay una cita de Ernesto More donde hablas del Vallejo coqueto entrando a los bares de París y enarcándole las cejas a las chiquillas. ¿Se le olvidaba la tristeza al poeta cuando veía a las mujeres?
Sí. Vallejo era mujeriego más que coqueto. El título del libro, El hombre más triste, no deja de ser una ironía porque al final tenía momentos de tristeza. Yo creo que era depresivo y digo creo porque hay gente muy cercana a Vallejo que describía «sus momentos», pero era un hombre que en su vida cotidiana podía ser sumamente alegre, burlón y con sus amigos tenía esta patota de latinoamericano, de peruano haciendo cosas que hoy no se pueden hacer, siriando a mujeres y en español para que no lo entendiesen. Siempre pensaba en mujeres y siempre andaba con mujeres distintas. Vallejo era, en muchos momentos de su vida, y desde la amistad, un tipo normal. Pero también era callado con la gente que lo conocía poco y meticuloso, secreto ante esa característica suya de llevar varias mujeres al mismo tiempo. No lo digo desde el punto de vista de juzgarlo, hablo de él como persona que creo que es lo que uno hace cuando escribe sobre alguien. En ningún momento hago un juicio de Vallejo por las cosas que él hizo, pero sí hay cosas que me desagradan desde mi punto de vista de hoy dos mil veintidós; encontrarme con un Vallejo que le pegaba a su esposa, no me cae bien. Yo no sé si hubiese sido amigo de Vallejo. En algún momento mientras escribía el libro pasaba de quererlo de verdad a odiarlo, a detestarlo y no por el cansancio de escribir sobre él, sino porque me encontraba con un Vallejo que como persona era un mal tipo. Quitando esto de que le pegaba a su mujer y otras cosas que son violentas e injustificables en cualquier época, era mentiroso, era criollón en ese sentido. Buscaba plata, pedía dinero, no lo devolvía; buscó una beca en España, la consiguió, pero nunca estudió y sin embargo cobraba la beca, le quitaba el cupo a un estudiante real para tener plata mientras que, claro, había peruanos en esa época en París, no necesariamente escritores, que trabajaban. Había que chambear. El mismo Ribeyro años después que llega a París cargó costales de carbón en las vías del tren, Vallejo fue incapaz de hacer eso. Vallejo solamente quería escribir. Por un lado, él pudo buscar un trabajo para sobrevivir y no lo hacía, o para pagar sus deudas y no lo hacía, pero, por otro, te habla de un apasionado de la escritura, de un tipo que sabía de lo que era capaz. Me lo imagino yo como alguien muy frustrado por no poder mostrarse al mundo. Mientras estuvo vivo no fue reconocido como poeta, tenía estos dos libros que había publicado en el Perú: Los heraldos negros y Trilce, pero en París no publicaba poesía. Él era un periodista, un intelectual que cuando comienza la guerra civil española se compromete con el bando republicano; realmente fue un conflicto que lo sobrepasó, lo vulcanizó y escribió mucho sobre eso y un poemario increíble, quizá el mejor poemario de la guerra civil española lo escribió un peruano, lo escribió Vallejo: España aparta de mi este cáliz que es tremendo. Pero ese Vallejo poeta, ese Vallejo que admiramos era una persona común y corriente con virtudes, con defectos, con maldades, con bondades, con humor, sin humor, con tristeza, con alegría. Se me hizo muy difícil escribir este perfil porque él podía ser todo esto que te acabo de decir al mismo tiempo. Y dependiendo qué biografía leas, con qué personaje cercano a su entorno converses, él era distinto. Nunca me había pasado esto, tener que profundizar en un ser humano que podía ser muchos al mismo tiempo.
Me llama la atención su pose. La fotografía que Juan Domingo Córdova le tomó a Vallejo en Versalles con el mentón sobre la mano es icónica. Es más, se ha vuelto “la pose intelectual”. ¿Qué poses de escritor le encontraste?
Está bien la palabra que usas: poses, porque al final Vallejo posaba, para las fotos posaba, sabía posar con tristeza, con melancolía. Yo creo que adoptó un personaje para las fotos y adoptó un personaje también para la poesía. Cuando se enfrentaba a una cámara se ponía melancólico; esa foto icónica con la mano sosteniendo todo su mentón, sosteniendo la cabeza, la tristeza, sosteniendo el dolor de la humanidad. Vallejo siempre posaba así, recostado en una piedra, meditando, pero hay una foto donde Vallejo sale riendo, no estaba posando, simplemente brindando en una Navidad. Lo chaparon ahí riendo en una foto que a Vallejo no le hubiese gustado porque salía riendo. Tenía cosas raras. La miseria, la pobreza lo llevaba a no sentarse en el vagón del tren para no desgastar el pantalón, o bajar del tren cuando el tren realmente paraba. Cuando el tren se iba poniendo lento, la gente iba bajando, Vallejo esperaba que se parara por completo el tren para recién bajar y no desgastar las suelas de sus zapatos. O cuando llovía en París y se formaban charcos, Vallejo prefería no cruzar por ahí para no mojar los zapatos y no desgastarlos. Tenía estos detalles que, más que llevados por la pose literaria, eran llevados por la pobreza. Comía lo que había, lo que le cocinaba Georgette y antes de ella Henriette (Maisse), fideos con lo que sea o papas sancochadas y vino que en París es más barato que el agua. Neruda cuenta, con cierta malicia creo, que Vallejo se escapaba por los techos de su departamento para ir a juntarse con los amigos. Yo no creo mucho eso porque he recorrido todas las casas y edificios donde vivió Vallejo (muchos de ellos todavía están en pie) y escapar de ahí por el techo es una llamada a la muerte, no se puede. Pero tenía eso. Vallejo, creo, antes de conocer a Georgette era sumamente bohemio, nocturno, amiguero y luego de Georgette ya se vuelve un tipo más ensimismado, mucho más sumido hacia su interior. Ya no exterioriza tanto la amistad y la alegría. Pero incluso, y esto es una hipótesis después de tratarlo de entender, elige a Georgette porque murió su madre y ella heredó mucho dinero y Vallejo sabía dónde estaba el dinero. Dejó a la novia de ese momento para irse con Georgette y ni siquiera él pudo terminar con Henriette, mandó a Georgette a que termine con su ex novia. Tenía esas cosas raras que, como te digo, no lo juzgo sino trato de comprenderlo, separar un poco al poeta de la persona.

Y ya que hablas de Georgette, en el libro hay todo un desarrollo de ella casi como personaje. ¿Cuál es tu impresión sobre la viuda? ¿Te hubiera caído bien?
Georgette tenía un carácter terrible, pero lo que ella finalmente buscaba era dar a conocer a un poeta que no se conocía. Y en una época donde los derechos de autor no valían nada, el concepto recién comenzaba a existir, pero nadie cumplía. No le pagaban nada. Publicaban la obra de su marido en algún lugar, España o Venezuela, por ejemplo, y le mandaban de regalías dos ejemplares. ¿Qué diablos es eso? Publicaban sin su permiso. Georgette estaba sumamente mortificada. He leído muchas cartas inéditas de ella a diferentes editores de todas partes del mundo, en diferentes idiomas, universidades estadounidenses, inglesas que querían permiso para publicar. Ella les decía ya, primero me pagan o no puede aparecer menos poemas de Vallejo que de cualquier otro autor; ella sabía el papel de la poesía de su difunto esposo en el mundo, ella peleaba con eso, contra eso y sin Georgette no existiría César Vallejo y eso para mí es digno de un tributo. Por momentos yo sentía que estaba escribiendo el perfil de Georgette. Gracias a Dios, siempre está Leila Guerriero, mi editora, para no desviarme del camino. La verdad que, si yo tuviera que elegir quién es más personaje, a veces pienso, me hubiese encantado escribir el perfil de Georgette más que el de Vallejo. Sumamente compleja, luchadora, una mujer que se enfrentó a todo, una francesa rebelde decidida a todo, una mujer difícil. Pero que luchaba por algo justo al final, más allá de su carácter irascible. Debe haber sufrido mucho. He visto sus cartas, sus apuntes y, Dios mío, estaba todo el tiempo iracunda, contra el mundo, contra ella misma. Qué personaje, Georgette.
Hay una parte en la que dices: “A veces pienso que soy un vallejista bisiesto, que no tengo derecho a estar aquí, con este libro incompleto, llenecito de dudas. (…) ¿Quién soy yo para escribir todo lo que estoy escribiendo?”. ¿Cómo te sientes ahora después de publicar el libro?
Harto (risas). Cuando termino de escribir un libro, termino tan cansado. Escribir esto me costó madrugadas y me pasa siempre, cuando dejo de escribir de algo lo que quiero es olvidar. Cuando Leila (Guerriero) y Matías Rivas que es el editor (la editorial de la Universidad Diego Portales es increíble no solamente en libros de perfiles sino en poesía, su catálogo de poesía es impresionante); cuando ellos me dicen para escribir un perfil de Vallejo es como si te dijeran que escribas un perfil de Borges. Quién se mete a eso. Me metí en un mundo que está tomado por académicos, por estudiosos de la poesía de Vallejo, pero que no habían hecho lo que a mí me gusta hacer que es tratar de entender a la persona, no al autor, no al escritor. Me siento aliviado por acabar, sobre todo. Siento que lo hice con mucha honestidad, más allá de la veracidad de los datos –en eso soy obsesivo- siento que fui honesto con todo lo que he dicho y con todo lo que interpreté, honesto conmigo. Un libro, por más que sea un perfil, un trabajo periodístico, es subjetivo. Es mi Vallejo. Es mi aproximación a Vallejo. Siento que Georgette me detestaría por meterme con su ex esposo. Pero, por otro lado, agotado. Agotado de Vallejo, de la escritura un poco. En un tiempo pandémico, yo pensaba, de qué sirve escribir sobre esto si se está muriendo el mundo. De qué sirve la literatura, pensaba. Todavía estoy saliendo de ese proceso. En ese contexto terminé de escribirlo, cuando todavía no había vacunas. Hay momentos en el libro en que hago alusión a la pandemia porque, claro, estaba escribiendo en ese mundo. Lo que no hago nunca es releer. Pero con un cansancio y agotamiento que hasta ahora, lo máximo que puedo escribir es un tuit. He quedado muy cansado del proceso de escritura, de la investigación no tanto porque nace desde mi curiosidad. Y bueno, pensar ahora en qué viene, tengo ideas, algunas cruzadas con Leila y con Matías, otras que son más ideas mías, pero lo que no puedo dejar de hacer es esto, escribir. Esté haciendo lo que esté haciendo, así esté ganándome la vida trabajando 15 horas al día. Hay quienes hacen yoga, o van a nadar, o golpean o un saco de box para quitarse todo el estrés del día o para ser felices. Lo mío es escribir.
