Por: Joe Delgado
Hablar de Sergio Miguel Castillo Falconí (comunidad campesina Jisse – Jauja, 1947) es hablar de un poeta bohemio, que ha caminado mucho, y ha vivido intensamente
La poesía en el valle constituye una de las expresiones significativas de la literatura de Junín. Y hablar de Sergio Miguel Castillo Falconí (comunidad campesina Jisse – Jauja, 1947) es hablar de un poeta bohemio, que ha caminado mucho, y ha vivido tan intensamente en su propuesta de una poesía integral, propia, transparente, sencilla, pero a la vez, atrevida, fuerte y contundente, como nos tiene acostumbrados. Se aprecia esa condición humana tan propia de nosotros que nos desnuda, que transmite en su palabra, con el respeto que tiene a la naturaleza, su solidaridad hacia el hombre y la cotidianidad de la vida a la que canta, con sus alegrías y tristezas, sus días y noches, sus gritos y silencios. Porque la palabra de Sergio Castillo es un signo sonoro, -semejante a los haikus de Matsuo Basho-, que busca entender las cosas como son, y en su momento dado. Y como horazeriano, siempre en la necesidad de cambiar, lo que está a su alrededor (el mundo, con sus virtudes y defectos) a su manera y a su ritmo. Un sueño por el cual continúa: firme, seguro, con el puño listo para golpear; un sueño por el cuál vive cargando –como lo menciona- su forma de ser, con actitud y conducta, que él asume como parte de su lucha incansable, llevando su atrevida e infatigable voz de combate, bien adherido en sus versos.
Fundador de Xauxal, con grandes amigos y hermanos como el poeta Gerardo García Rosales, Hugo Orellana, Martín Fierro y Dimas Fernández. Con Tiawanaku hizo gran amistad con Omar Aramayo, César Toro Montalvo y Susana Baca. Y con Hora Zero estuvo junto a Tulio Mora, César Gamarra, Jorge Pimentel, Eloy Jáuregui y Enrique Verástegui.
Para Sergio la poesía es existencia, lucha, una forma de aprendizaje de la vida misma, donde la realidad está presente, y donde nace su visión caótica, nefasta, intransigente, alienante que tiene del mundo y que nos da un par de laqichos para hacernos reflexionar y preguntarnos: “¿Qué estamos haciendo nosotros?”. Porque Sergio es un poeta urbano, cuyos versos se movilizan incansables en el paisaje del valle, con una lírica andina llena de vitalidad que encanta, donde fusiona el paisaje, la mujer andina y el deseo en un solo canto, y lo encontramos en su libro “Kishuar” (2014):
“¿No esperabas ser dócil, / mansa almendra primorosa? / ¡No! / Dura y espléndida exudación, / flagrante, pura. Sí. /…”
La imagen de la mujer andina, siempre presente, como objeto de deseo puro, perfecto y existente:
“Cabal alma gemela, / –ángel mío de desorbitada luna / fundada de puro deseo, – dime: / ¿de nosotros es sacro el regocijo / brotado de majados muslos, / ansiado ensueño violeta? /…”
Hay un erotismo sutil y puro en los versos de Sergio, que te lleva a idealizar a la mujer, a describirla uniendo su cuerpo con elementos de la naturaleza, como en estos versos:
“Luengos dedos sobre tus pezones. / Tu rostro es un mirlo envuelto en lluvia…”; “Tienes sabor a chirimoya. Ahora recuerdo, / cuando desperté besando tus entrantes; / sentí convenida agüita / sabor a lubina, a velludillo…” y “Todavía no he olvidado el casto bálsamo / de tu vientre partido en dos,…”
Sergio Castillo nunca olvida que su palabra es para todos, por ello sigue bregando duro, en este incansable sendero, proponiendo una poesía integral como parte de la propuesta horazeriana. Y Sergio, siempre está ahí, orientando a los jóvenes poetas a buscar su propia palabra en el difícil trajinar de la vida.