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Tres poemas para Sylvia Plath

  • marzo 20, 2022
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Por: Marco Martos

El mar de Sylvia Plath 

Frías, llenas de sal, 

ondulantes colinas del Atlántico. 

Mira: suspira el viento, 

y al fondo muge el mar. 

Repiqueteo, lluvia en el cristal. 

Animal luminoso, 

arañas sobre párpados cerrados, 

los brillantes espejos, 

la espuma casi en cielos, 

latido maternal del agua azul. 

Mar disuelto en la nada 

abraza temeroso al bulto mundo, 

entramado de playa 

en lentes de los ojos, 

agujero humeante en vasto sueño. 

Las montañas de piedras 

moradas entrechocan, crujen ruedas. 

En hora de la siesta, 

más despierta que nunca,  

lúgubre, conversa con la esperanza. 

Párpados de los vientos, 

las luces moribundas tiemblan, brillan. 

Pasan grandes ballenas 

con los ojos abiertos. 

Herida o muerta vive Sylvia Plath. 

Infancia de Sylvia Plath 

El aliento del mar. 

Sus luces. Patalea en corralito 

de mimbre donde llueve 

la sal azul del agua, 

los fulgores del mar, estruendo mudo. 

No sabe de naufragios, 

ni de gritos ahogados en la noche, 

ni de extrañas sirenas, 

ni de barcos fantasmas 

navegando en el fondo de la niebla. 

Conoce blando légamo 

donde caen las tazas de té chino 

rotas en las cubiertas. 

Recoge lo perdido, 

atesora la astilla de lo hermoso. 

Los gritos de gaviotas 

en el malsano día de amarillo, 

la maldad en los ojos, 

mar de metal fundido, 

infancia sepultada, maremoto. 

La piedad es la piedra. 

Erizo con sus púas para dentro, 

la diferente estrella 

de mares más oscuros, 

camina en las cornisas de la nada. 

Tulipanes 

Invierno, tulipanes. 

Todo blanco, tranquilo, muy nevado. 

Yace sobre pared 

luz blanca de la mañana, 

la claridad abriéndose en los ojos. 

La dama despidiéndose 

sin nombre, sin las ropas de lo bueno, 

trabajo de enfermeras, 

agujas, anestesias, 

miradas distraídas, cirujanos, 

estúpida pupila 

debe absorberlo todo. Las blanquísimas 

cofias van, día, noche. 

Imposible contarlas, 

mucha tarea, peso de lo inútil. 

Separada del mundo 

por los vidrios más sólidos, 

mira fotografías  

del marido, la hija, 

pegadas a la pared, garfios sonrientes. 

Sylvia Plath, monja pura, 

zambúllese en sosiego, se deslumbra, 

deja los tulipanes 

rojos que la lastiman, 

escoge el velo blanco de la muerte. 

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