Crítica a Algunos cuerpos celestes
Por: Percy Encinas C.
(Universidad Nacional Mayor de San Marcos / Asociación Iberoamericana de Artes y Letras)
La incursión de Augusto Effio en la narrativa breve empieza más o menos con el siglo. Tempranamente, ya obtenía reconocimientos que otros tardan en conseguir. Un cuento suyo, “Lecciones de origami”, fue Copé de plata el 2004. Fue publicado en el libro del mismo nombre por Matalamanga, el 2006, cuyo volumen de seis relatos incluyó también “Leinzberborn” que obtuviera el extinto premio de librerías Crisol en 2003. Ganó un concurso de cartas de amor ese mismo año y ha cosechado otros reconocimientos locales: premio del suplemento del diario Correo de Huancayo por su cuento “Familia de cuervos” en 2012, menciones honrosas en los concursos de El cuento de las mil palabras de la revista Caretas, pero también internacionales como ser finalista en el Premio Juan Rulfo Internacional el 2007, por su relato “Dos árboles”.
El sello PEISA ha editado el 2019 un nuevo cuentario de Effio: Algunos cuerpos celestes (ACC). Igual que en su producción previa, son seis los relatos que ofrece este libro. La crítica periodística se ha ocupado de este nuevo lanzamiento y del autor con entusiasmo en coro. No es exacto que hayan mediado trece años de silencio. El autor no solo siguió produciendo sino, además, publicando. Cuentos sueltos en medios diversos pero también en libro orgánico como es el caso de Dos árboles y otras formas de internarse en la niebla, editado por Acerva Ediciones, el 2011.
Hay ciertos consensos establecidos sobre la narrativa del autor: que en el plano de la expresión exhibe una prosa considerada como “lenguaje prolijo” (Yrigoyen), “escrupulosa preocupación por el lenguaje”, “prosa pulquérrima” (Bossio), “cuidado expresivo” (Güich), “consciente del trabajo con el lenguaje” (Bondy), “cuidada, compleja, depurada” (Puente de la Vega), entre otros. También hay acuerdo en que los mundos representados en los relatos del autor constituyen logros narrativos por la configuración de esas atmósferas preñadas de nostalgia para las que el tono discursivo que emplea parece tan propicio.
Suárez Revollar menciona que los personajes de Effio suelen ser “cultores del timo y la falsificación como un modo de lidiar con la derrota” y que en ACC habría retomado como tópico de sus contenidos una suerte de “industrialización de la estafa”. Es cierto. Hay en la acotada cuentística de Effio una vocación por contarnos historias que tienen una relación nutricia entre el texto y el contexto en que se desenvuelven las cuestiones de sus personajes. Lo que les sucede, las situaciones en las que se ven envueltos completan su sentido en el marco de esos oficios precarios, clandestinos. En las coartadas que velan o disimulan mal la turbidez de sus negocios. En aspiraciones a la supervivencia como único éxito posible. En ciudades, sea la metrópoli “donde nunca llueve de verdad” o sea la provinciana San Cristóbal, llenas de actividades que vadean o incurren claramente en lo ilegal. Donde los prestigios se conservan gracias a ventajas mal conseguidas (contactos, intercambio de favores, caza de intimidades, por ejemplo); a redes de complicidad y a una buena dosis de cinismo. Los relatos que despliega suceden, por eso, en ciudades contemporáneas (hay pistas que han inducido a algunos a nombrar a Lima y a Huancayo aunque no están explicitadas en ninguna página); entre jefes autoritarios, que combinan con naturalidad su éxito profesional con su ausencia de escrúpulos. Una anti ética a la que le deberían buena parte de su destacable posición, nos sugiere.
Un lugar común señala que los cuentos priorizan el despliegue de acciones y que, al contrario, son las novelas las que pueden –porque sus formatos más amplios lo facilitan– perfilar personajes y darles dimensiones que los hacen devenir memorables. Los personajes de los cuentos de Effio contradicen a veces ese prejuicio. La voz narrativa de sus textos no se limita a revelar las acciones, las valora siempre. Sea de modo directo o implícito. Calificándolas con adjetivos o mediante elecciones léxicas o retóricas que delatan la perspectiva emocional, muchas veces nostálgica, otras sarcástica que asumen sus personajes frente a ellas. Con esos recursos, el lector no solo se entera de los hechos sino que, de algún modo, acompaña los itinerarios afectivos de sus protagonistas.

El libro, como ya ocurrió con cuentos previos, instala algunos personajes con perfil propio y suficientemente atractivo para ser recordables. Queribles o aborrecibles. Abocetados con eficacia por enunciados precisos. Darío o Suárez en el cuento que da título al libro; Genaro Berisso en el cuento sobre el empresario televisivo; Efraín Vilca en el cuento del futbolista extraviado; Isabel, sobre todo la de “Dos árboles”, son ejemplares en esto. En sus relatos, cada quien deviene una entidad distinguible y cautivante. Salvo uno. Su narrador. En ACC ha usado para todos los cuentos la voz de un narrador masculino, autodiegético o heterodiegético, siempre cercano cuando no protagonista de los sucesos que narra y de sus consecuencias. Dejó de lado los de tercera persona o los autodiegéticos femeninos de “Leinzberborn” o de “Lecciones de origami”. Hay entre los seis de este libro, entre unos más que entre otros, por la tonalidad compartida, por los idiolectos a través de los que nos asomamos a lo que sienten y piensan, cierto aire de familia.
Casi todos los críticos han coincidido en considerar a ACC como una muestra de ascenso literario, una especie de confirmación de la calidad del autor, cuyos méritos han sido “eleva[dos] al terreno de la franca maestría” (Yrigoyen). Leyendo sus libros en orden de publicación, puede ser fácil aceptar esta ecuación consagratoria, pero superficial también. Si el autor no tuviera la inteligencia (artística y emocional) necesarias, podría engolosinarse con las celebradas virtudes de su trabajo hasta hoy. Creo que hay que señalar que justamente en la preocupación muchas veces excesiva por la dicción textual (el plano de la elocutio), está latiendo un posible problema. O lo que podría serlo para quienes exigimos a uno de nuestros más virtuosos escritores, la evasiva meta del equilibrio y la del riesgo exploratorio que se aleje de la confortabilidad de lo logrado.
Digamos, simplificando la cuestión, que los seis cuentos del libro son de buena factura. Pero en los que parece lograr picos más altos de calidad literaria, en los que ofrece una experiencia sublime tanto a lectores generales como a lectores profesionales es justo en aquellos en que se olvida de la obsesión por el enunciado original, por la metáfora de tercer o cuarto grado, por rizar los rizos de la expresividad hasta conseguir vistosos fuegos de lenguaje a costa de cierta desconexión que, en su eufonía, dejan de servir a la historia.
Ese conmovedor relato que es “Dos árboles”, uno de los mejores de toda la obra conocida del autor, descansa sus méritos más visibles en una fina inmersión sentimental lograda mientras el narrador-personaje nos cuenta la historia. Que es su propia historia: con su mujer, con su desencanto por la carrera profesional y por sus nuevas tareas en la provincia a la que ha debido retornar. Resume lo mejor de la poética del autor. El lenguaje es tan justo en su carga lírica como en su función semántica. En su emocionalidad como en su narratividad. Porque siempre contribuye a la corriente intersubjetiva con sus lectores.
Lo mismo sucede con “Si juegas el domingo, te incendio la casa”, esa original y terrible historia que trae a la literatura y que, como otros, cimenta su propuesta de visión crítica del mundo. La voz del narrador heterodiegético avanza la historia con esa ironía impregnada de escepticismo, resignación, de cinismo que tan bien cultivan sus narradores. Ironía que se refracta bien con los hechos que cuenta pues inicia con la desaparición de un cargamento de calzones amarillos que debieron venderse para Año nuevo para luego enterarnos de que, esta vez, al comerciante arribista lo que se le ha perdido es el centro delantero de su equipo. El cuento fluye y, salvo un bache retórico en su último tercio, acaba de modo contundente, evitando la truculencia que los materiales de este podrían haberle tentado a imprimir.
En el libro ACC, como acertadamente anticipaba Güich al referirse a su anterior libro, late también esa “sutil carga alegórica”, esos “símbolos soterrados” que él entrevé y que una crítica de mayor aliento podrá descifrar para, en esa operación, develar sus alcances políticos, sociales, culturales. Sus dimensiones estéticas tan entrelazadas con su ética. Evidenciar lo que varios de sus cuentos conquistan, que solo cierta literatura puede: hablar del mundo aun hablando solo de una localidad, dar cuenta de su tiempo incluso cuando su anécdota ocupe unas pocas jornadas. Describir a miles, a millones de hombres y mujeres aunque el relato nos muestre lo que sienten, piensan y dudan apenas un par de ellos.
Cada escritor o escritora tiene sus propias obsesiones. Les atribuyen la fuerza motriz de su iteración literaria. La razón por la cual vuelven una, otra vez a intentarlo. Effio tiene todo el derecho a tener las suyas. Algunas son tan celestes como el color del título de su virtuoso libro que es recomendable leer. Para conocer un poco mejor la decadencia de nuestras propias ciudades, para aprender y sufrir y reír con sus personajes.
