Por: Carlos Eduardo Zavaleta
Rescatamos el discurso que el escritor Carlos Eduardo Zavaleta dio en homenaje al intelectual Manuel Baquerizo en 1999, cuando fue declarado Hijo Ilustre de Huancayo
Habiendo sido tan modesto en toda su vida, ignoro si ahora la piel de Manuel Jesús Baquerizo podrá resistir la andanada de elogios que provendrá de sus amigos y sus innumerables conocidos en el país. Alguna vez tuvo que llegar este día en que su piel empezará a curtirse, porque esta vez, para suerte general, esos elogios son naturales, fáciles, y fluyen como una lluvia benigna sobre quien antes fue postergado, u olvidado, o disminuido adrede, en esta carrera común y muy peruana de retacear las bondades y no ser justo con quien lo merece.
¿Por qué solamente ahora reconocemos las enormes y largas virtudes de Baquerizo? ¿Acaso él no ha dado pruebas diarias, mensuales o actuales o anuales, de actividad febril y desinteresada por la cultura de Huancayo y del país entero? Los escritores del último siglo han cometido el inmenso error de concentrar los personajes ingratos, resentidos o francamente egoístas, en novelas de espionaje o de ciencia ficción o en la series de monstruos que cada década de la literatura o del cine recrean. Solo he leído muy contadas novelas, o visto muy pocas películas en que los ejemplos negativos provienen de artistas o críticos. ¿Por qué ese respeto, cuando en nuestro medio abundan los ejemplares inauditos de incuria, de pereza, de rechazo a los hombres buenos, trabajadores y ejemplares? Aquí en nuestro medio campan o campean (para decirlo al modo peruano y español) los sordos, los indiferentes, los estériles, eso sí son inactivos, pero si se lanza a la ofensiva, entonces ensalzan a los amigos y compadres y amigotes, pero olvidan adrede y aún rechazan a quienes, como Baquerizo, son constructivos de arriba abajo, son indesmayables en la obra, son variedad de sonrisas para encajar cualquier contratiempo, y de su entusiasmo y aun júbilo cuando descubría a un gran autor y nos pasaba de inmediato la información a fin de que nosotros lo leyéramos también. Es muy joven, pero ya se veían crecer en él la enciclopedia en que se convertiría, la riqueza de sus apreciaciones, la necesidad de divulgar sus hallazgos y de repartir esa justicia literaria que tanta falta nos hace. Leía tanto y se formaba en los diálogos con profesores y amigos de la Católica y de San Marcos, que tuvimos que desembocar en algo natural: tuvimos que fundar revistas. Yo lo insté en seguida cuando fundamos en 1951 Letras Peruanas, y allá nos fuimos a la imprenta Ausonia, o Etinsa, o cualquiera otra, y trabajamos gratis ordenando y corrigiendo los artículos y ensayos ajenos, con las firmas desde Azorín y Vicente Aleixandre, hasta las novísimas de Alberto Escobar o Washington Delgado. No nos importaba escribir notas bibliográficas anónimas; jamás buscamos en éxito personal. Lo importante era que la revista y el grupo se mantuvieran a flote durante meses, años y décadas.
Un buen día él desapareció de Lima, justamente cuando sabíamos que había formado la mejor bibliografía sobre la generación de los 50. Respetamos su decisión; no hicimos preguntas ociosas. Yo viajé por años al exterior y él se vino por años a esta Incontrastable Ciudad de Huancayo.
Después, la buena suerte nos volvió a todos, porque sabíamos que Baquerizo seguía trabajando silenciosamente en Huancayo y libros a la suerte del correo, o a través de amigos intuyendo que con los años él tendría la mejor biblioteca que pudiese tener yo sobre mí mismo. Como ha sucedido en realidad.
Gracias querido Manuel. Gracias por los desvelos que has dedicado a mis libros; gracias en nombre de los que ahora ya son sombras, como Ribeyro, o Eleodoro Vargas Vicuña, o Sebastián Salazar Bondy, o enrique Congrains Martín, a quien también le dedicaste. Y, así como nosotros, cada generación literaria peruana, tendrá que agradecer a Baquerizo por su sabiduría en descubrir lo duradero, en ordenar los estudios sobre cada época y finalmente en emitir enfoques y juicios propios, que son ahora muy respetados en el país.
Frente a las sofisticadas respuestas de quienes reafirman su deseo de vivir fuera del Perú, Baquerizo les da el ejemplo, no de refugiarse en una provincia, como aquellos pudieran pensar, sino que emplea Huancayo como un mirador excepcional de las artes de nuestra región andina, columna que sigue siendo esencial en el país, y todavía más, se permite observar Lima como otra ciudad más pero no como la única, ni como la más importante.
Y la historia le ha dado la razón. La cultura andina ha vuelto a ser la matriz. Por ello, estamos en espera de los nuevos libros y ensayos de Manuel, que confirmen su sólida posición de intelectual, que ha ganado un sitial con las armas de la paciencia, el estudio, la modestia, y el único orgullo, el de ser peruano donde quiera que esté o que viajes.